El café es una de las bebidas más consumidas en el mundo por sus facultades estimulantes y sus características organolépticas. Este consumo ha venido en aumento, no solamente en países de Europa occidental y Norte América, sino en países con tradición de consumo de otras bebidas como el té. En América Latina, la producción y exportación de este fruto constituye uno de los pilares de la economía de varios países. Al comparar el consumo habitual de café con el de todas las bebidas no alcohólicas, este corresponde al 14%, siendo solo superado por el agua y las bebidas carbonatadas.
Los primeros estudios sobre el efecto del consumo de café en la salud, documentaron la relación entre la exposición aguda a altas dosis de cafeína (uno de sus principales compuestos y el más estudiado) y el incremento en la aparición de enfermedades cardiovasculares como hipertensión arterial y arritmias. Estos desenlaces se atribuyeron al efecto vasoconstrictor, inotrópico y cronotrópico positivo de esta última sustancia.
Sin embargo, más recientemente, se han identificado otros compuestos activos presentes en la bebida como el cafestol, kahweol y el ácido clorogénico, a los cuales se les atribuyen propiedades antioxidantes y vasodilatadores, con potencial efecto benéfico para salud cardiovascular e incluso sobre la mortalidad que controvierten la necesidad de limitar el consumo de café en ciertas poblaciones.
Adicionalmente, se ha establecido que existe variabilidad genética en la velocidad con la cual se metaboliza la cafeína, de tal manera, que sólo un grupo de sujetos serían más sensibles y que, además, con el consumo habitual se genera tolerancia respecto a los efectos estimulantes de esta última, lo cual mitiga también sus efectos a nivel cardiovascular. Es por esto que, estudios más recientes, evalúan el efecto del consumo de café sin cafeína, sin encontrar grandes diferencias en los desenlaces de tipo cardiovascular.
En un reciente artículo publicado por un equipo de la Escuela de Medicina de Harvard Centro Médico Beth Israel de Boston liderado por el profesor Homayoun L. Daneschvar se resume la evidencia disponible sobre los efectos del consumo habitual o crónico de café sobre la mortalidad general y cardiovascular, a partir de los resultados de revisiones sistemáticas y meta-análisis de calidad adecuada y propone una recomendación nutricional en relación a la dosis en la cual se debería consumir de forma regular esta bebida.
¿De cuántas tazas estaríamos hablando?
Los profesionales encontraron 181 revisiones sistemáticas. Según los resultados, el consumo habitual de café tiene un efecto protector frente a la mortalidad general y cardiovascular en población adulta; esto es especialmente importante, dada la frecuencia de consumo de esta bebida tanto a nivel mundial como regional en América Latina. Al tratarse de un hábito que hace parte de la cultura, el estudio de su efecto y la cuantificación del mismo representan un reto para investigadores clínicos. Los datos aportados por los estudios epidemiológicos más recientes, confirman el efecto protector del consumo habitual de café frente al riesgo de muerte tanto global como aquella de tipo cardiovascular. No obstante, persiste alguna incertidumbre, por ejemplo, respecto a la cantidad de tazas al día.
El riesgo de muerte en adultos que consumen café regularmente varía según la cantidad de tazas consumidas al día. El desenlace evaluado que ha tenido mayor contundencia en los resultados de diferentes estudios, es el de mortalidad general. Para este desenlace, los datos revisados en el presente estudio muestran una disminución del riesgo a partir de la primera taza diaria consumida y hasta un máximo de 6 tazas. Además, no existen datos que demuestren un incremento del riesgo de muerte general.
FUENTES: infobae.com / elindependiente.com.ar