Nada menos que un 3,8% de la población experimenta depresión, incluido el 5% de los adultos y el 5,7% de los adultos mayores de 60 años. A escala mundial, aproximadamente 280 millones de personas experimentan este trastorno mental, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cada año se suicidan más de 700. 000 personas y el suicidio es la cuarta causa de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años.
Algo fundamental a comprender, insisten todos los especialistas en salud mental, es que el trastorno depresivo es un trastorno mental común. Implica un estado de ánimo deprimido o la pérdida del placer o el interés por actividades durante largos períodos de tiempo; tener depresión es diferente a vivir cambios en el estado de ánimo y los sentimientos sobre el día a día. Es algo mucho más profundo, es desesperanza, a veces desesperación prolongada, afecta a todos los ámbitos de la vida, y puede sucederle a cualquier persona.
Se estima que al menos una de cada cinco personas tendrá depresión alguna vez en su vida. Y entre los adolescentes y los adultos jóvenes (esto es, desde los 13 a los 25 años) el cuadro de situación se vió agravado con la pandemia de Covid-19 que comenzó en el 2020. E incluso abarca a otros trastornos mentales.
“Según la OMS entre un 10% y un 15% de los jóvenes presenta alguna condición mental, las más frecuentes son los trastornos de ansiedad (incluyendo fobias, trastorno obsesivo compulsivo y trastorno por estrés postraumático con un 10%), el trastorno por deficit de atención (TDAH, 9%), los trastornos de ánimo (depresión y trastorno bipolar), los trastornos alimentarios y los ocasionados por el consumos de sustancias. El 50% de los casos de los trastornos mentales comienzan a alrededor de los 14 años y el 75% cerca de los 24 años”, resume la psicóloga Teresa Torralva, directora del Departamento de Neuropsicología y Rehabilitación Cognitiva de INECO.
En todo el mundo la preocupación por la salud mental de la población, y con especial énfasis en los más jóvenes precisamente por las consecuencias que tuvieron la pandemias y las diferentes cuarentenas que marcaron un antes y un después en los últimos cuatro años, han vuelto a poner sobre el candelero la necesidad de contar con programas de detección precoz.
“Un porcentaje muy elevado de los trastornos mentales comienzan en la adolescencia, por otro lado es un período de alta vulnerabilidad y un momento para ir a detectar el estado de salud mental de los adolescentes con un método de screening”, explica Marcelo Cetkovich, vicepresidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras.
De acuerdo con un informe reciente de Unicef, cada año se quitan la vida en todo el mundo cerca de 45.000 jóvenes entre 10 y 19 años, la gran mayoría (35.000) después de cumplir los 15. Además, los investigadores que dirigen programas de prevención de la depresión saben que hay variables que afectan la gravedad de cuadros de depresión en una persona: que empiecen muy temprano en la vida, que sean numerosos y que no haya mejoras después de cada uno. Quienes se recuperan de una depresión inicial tienen entre un 40 y un 60 por ciento de posibilidades de sufrir un episodio posterior; aquellos que pasan por dos episodios arrastran con entre un 60 y un 70 por ciento de posibilidades de recurrencia, y las personas que viven un tercero poseen un 90 por ciento de posibilidades.
Numerosos estudios han descubierto que los cursos para jóvenes en riesgo han prevenido la depresión, reduciendo las tasas de aparición hasta a la mitad en los meses y años posteriores a los programas. Aquí, algunos ejemplos y resultados.
Diagnóstico temprano
A finales de los años 1990 y principios de los años 2000, los investigadores estaban probando varios programas de prevención de la depresión, uno de los trastornos mentales más comunes. Muchos de estos programas se basaron en la práctica cognitivo-conductual de corregir patrones de pensamiento dañinos, un enfoque que ha reducido consistentemente los síntomas depresivos en los estudios. Entre las primeras ofertas de prevención se encuentran el Penn Resiliency Program, una serie de 12 clases grupales de 90 minutos cada una, y el Resourceful Adolescent Program, con sede en Australia, que consta de 11 sesiones grupales de 50 minutos.
El Programa Blues, por ejemplo, fue desarrollado por el psicólogo Paul Rohde del Instituto de Investigación de Oregón y sus colegas de la Universidad de Stanford (en los Estados Unidos) y consta de una serie de seis semanas de sesiones grupales de una hora de duración: enseña a los estudiantes habilidades para manejar sus emociones y estrés.
Pero hay otros, como Teens Achieving Mastery Over Stress (TEAMS), el Programa de Resiliencia Penn de la Universidad de Pensilvania; Happy Lessons, desarrollado por científicos sociales holandeses; y el Programa Sonrisa de España. Además de un par de buenas experiencias en Australia y un programa acotado y sectorizado en la misma Argentina. Lo que falta, acuerdan especialistas de los diferentes países, es que los programas sean más extendidos, y que abarquen a poblaciones diversas a niveles nacionales.
“En los Países Bajos, uno de cada 12 adolescentes han experimentado depresión en los últimos doce meses. Los estudiantes pre vocacionales (quienes tienen entre 12 y 14 años) son quienes están en un mayor riesgo de vivir síntomas severos de una depresión. Las intervenciones efectivas, especialmente diseñadas para este grupo de riesgo, son necesarias para prevenir la manifestación de la depresión o al menos para mitigar los efectos adversos de largo plazo del trastorno mental”, describe un trabajo publicado en la revista BMC Public Health en el año 2022.
Los estudios muestran que aproximadamente el 50% de los adultos con un trastorno depresivo experimentaron su primer episodio depresivo durante la infancia o la adolescencia. Sin embargo, los adolescentes no suelen estar dispuestos a buscar ayuda para sus problemas mentales. Tienen dificultades para reconocer los síntomas del problema, quieren resolver los problemas por sí mismos y temen ser estigmatizados.
Proporcionar intervenciones en contextos sociales, como las escuelas, puede facilitar el contacto con grupos de difícil acceso, como los adolescentes. Investigaciones llevadas a cabo desde fines de los años 1990 demostraron que las intervenciones que funcionan bien en las escuelas son programas de menor duración, dirigidos a estudiantes de alto riesgo y administrados por profesionales intervencionistas en lugar de maestros. Por otro lado, los programas de prevención de salud mental que combinan elementos universales con otros dedicados a poblaciones específicas parecen lograr un efecto más acentuado. En tercer lugar, las investigaciones muestran que un “encuadre positivo y el establecimiento de objetivos” son importantes para reducir el miedo al estigma y fomentar la resolución activa de problemas y que los programas con un enfoque positivo en la salud mental son más efectivos.
El grupo TEAMS (un acrónimo por “Adolescentes que logran dominar el estrés”) es un grupo online para chicos de entre 13 y 18 años que se reúne durante 8 sesiones seguidas y luego 6 sesiones más a lo largo de 6 meses. Los adolescentes del grupo forman parte de un grupo con entre 6 y 10 adolescentes más, y un miembro del equipo profesional ayuda a liderar el grupo.
“En TEAMS, los adolescentes aprenderán estrategias para afrontar pensamientos negativos, gestionar conflictos con amigos y familiares y planificar cambios importantes en la vida. Es importante que realice un seguimiento de los cambios en su estado de ánimo. Siempre debe buscar ayuda de un PCP u otro profesional si cree que puede estar deprimido”, explican desde la Universidad de Vanderbilt
En 2015, SEYLE (Saving and Empowering Young Lives in Europe), un proyecto de doce países europeos para reducir las conductas suicidas a través de intervenciones en el ámbito escolar, presentó un estudio en el que se comparaba la eficacia de tres enfoques. En total, participaron más de 11.000 escolares de distintos países, a los que se dividió en cuatro grupos (uno para cada enfoque, más un grupo de control).
El enfoque que mostró una mejora significativa fue una estrategia conocida como YAM (Youth Aware of Mental Health), desarrollada por el Instituto Karolinska de Suecia. La misma consiste en juntar a varios jóvenes de una misma escuela para que conversen sobre temas relacionados con la salud mental durante cinco sesiones de 50 minutos. En algunas de las sesiones se utiliza la metodología del “juego de roles”; en otras, la conversación parte de unos materiales repartidos por los adultos: diapositivas, carteles o textos.
Según los datos publicados en el estudio, doce meses después de la intervención, las tasas de intentos de suicidio y de ideación suicida severa entre quienes participaron en esta estrategia fueron un 50% menores a las del grupo de control. La prevalencia de cuadros depresivos también se redujo un 30%.