Fluidez, cambio, movimiento, transitoriedad, velocidad y otros términos similares se pueden encontrar en la definición de “modernidad líquida”, un concepto acuñado por el prolífico filósofo polaco Zygmunt Bauman para caracterizar a las sociedades actuales, donde todo se vive de manera vertiginosa y efímera, desde el empleo, el hogar y el matrimonio –otrora instituciones concebidas para toda la vida– hasta los intereses o aficiones y las relaciones humanas.
En un artículo publicado días atrás en la revista científica Journal of General Physiology, los reconocidos investigadores del Conicet en el Centro de Investigaciones Cardiovasculares “Dr. Horacio E. Cingolani” (CIC, Conicet-UNLP) Martín Vila Petroff, director de ese espacio, y Alicia Mattiazzi reflexionan y advierten sobre la incidencia de dicha teoría en las formas de hacer ciencia.
Así, de la mano de la tecnología y sus avances –que reconocen como esenciales gracias a que brindan las herramientas necesarias para explorar profundamente diferentes fenómenos y procesar cantidades monumentales de datos– los autores vislumbran otra cara de la moneda en la que todo el volumen de información que llega ya prácticamente “digerida” por las máquinas al laboratorio podría modificar las etapas del proceso personal de observación, memorización y asimilación que por definición le cabe al personal científico.
En este sentido, de acuerdo con el artículo, la posibilidad de recibir las últimas novedades científicas mediante una alerta en el teléfono celular o de acceder a manuscritos de interés en tiempo real son cuestiones innegablemente positivas porque, entre otras cosas, han facilitado la concreción de colaboraciones internacionales. El problema, entonces, no serían los progresos, sino algunos usos que se hacen de ellos.
Procesar la información requiere mucho esfuerzo
“Las facilidades que nos brindan las nuevas tecnologías, el adelanto en la velocidad de las comunicaciones, excelentes en sí mismas, pueden llevar a la idea ilusoria de que es posible conseguir todo al momento simplemente haciendo un click en nuestra computadora o celular. Es verdad, toda la información está ahí. Pero falta procesarla: hay que estudiar y pensar, y eso requiere mucho esfuerzo”, apunta Mattiazzi, y subraya que “no estamos diciendo que se haya impuesto una forma «ligera» de hacer ciencia, pero sí que hay conductas incluso inconscientes resultantes de vivir inmersos en una sociedad que ha evolucionado hacia la liquidez”.
En este sentido, el texto postula la hipótesis de que los mismos sistemas que apoyan la ciencia en los distintos países podrían también influir involuntariamente en esta merma en la dedicación y rigurosidad de algunos agentes científicos.
Plagios y fraudes
“Las universidades chinas son un ejemplo: se premia con dinero a quien publica en revistas de alto impacto. Si bien fue una iniciativa pensada para aumentar el nivel científico y ser reconocidas en el mundo occidental, resultó lo contrario: se incentivaron los plagios y los fraudes”, explica la especialista, y puntualiza: “Es que la recompensa monetaria en sí misma aparta a los investigadores de la motivación fundamental para hacer ciencia que es la búsqueda de la verdad”.
Aunque aclaran que “afortunadamente esto no ocurre en nuestro país”, los autores resaltan una cualidad que traería aparejadas consecuencias similares en esta parte del mundo: “Lo que puede ocurrir es que los requerimientos para obtener y persistir en los cargos con dedicación exclusiva –destinados a hacer investigación además de docencia– no sean demasiados”.
De esta manera, aducen, “esos lugares pueden ser ocupados por individuos que no sienten verdadera vocación por la investigación, que se comportan «ligeramente», devaluando la ciencia y afectando a todo el ámbito de trabajo”.
Para Vila Petroff, la responsabilidad es de quienes generan las políticas científicas, “que pueden estar orientadas solo hacia los resultados y las publicaciones, o bien a que se realice ciencia de primer nivel, investigación buena más allá del índice de impacto de las revistas”.
Transpirar la camiseta y esforzarse por buscarle la vuelta
Si bien el especialista señala que los efectos de la modernidad líquida en el terreno científico son transversales a todas las disciplinas, afirma que “posiblemente” se sientan más en aquellas áreas en las que hay que realizar experimentos ya que “son muy frustrantes, deben ser repetidos, y si no salen hay que transpirar la camiseta y esforzarse para buscarle la vuelta y dar con algún resultado valioso”.
Del mismo modo, coincide Mattiazzi, esta cuestión atravesaría por igual los diferentes estamentos, aunque admite que tal vez las nuevas generaciones corran más riesgo de sufrir sus consecuencias “porque probablemente nacieron con ella y son quienes más y mejor usan la tecnología, que permite conseguir todo rápidamente y quizás con un esfuerzo menor”.
En este punto, el artículo hace especial énfasis en el papel de los directores y directoras como acompañantes a cargo de tutorías en las que enseñan el pensamiento crítico a los jóvenes, motivándolos y orientándolos hacia el quehacer científico.
Es así que los autores expresan que son ellos quienes deberían establecer un vínculo amistoso y contagiar entusiasmo y cierto misticismo por la investigación, inspirando “perseverancia y pasión”, como así también hablar y discutir con quienes no estén disfrutando la tarea y ayudarlos a clarificar sus ideas. También hablan de su rol a la hora de mostrar ejemplos del amor hacia el trabajo experimental, el estudio, la reflexión, los desafíos de los dogmas y el pensamiento profundo, todas cuestiones esenciales para la creación y la innovación.