Hemos hablado en otras notas sobre el concepto de distorsiones y sesgos cognitivos en los cuales la idea central es que lo que percibimos como verdadero o real, no es algo fijo con una perspectiva única e inmutable, sino que es una construcción de nuestra mente hecha en base a las diferentes formas de acceso a esa información: la lectura, interpretación y proceso de la información que recibimos y, consecuentemente, a una resultante que es la conclusión, con una toma de decisión.
A este mismo contexto hay que anteponer uno previo y es que vivimos la era de la información y ello acarrea de alguna manera por momentos la posibilidad de caer en la sobreinformación, por lo cual la selección de esa información, que luego pasará por todos esos filtros que menciono, es también una parte fundamental y modificará eso que llamaremos realidad.
En el marco de este concepto, que es el fundamental de las neurociencias cognitivas, podemos entender porqué en esta era de la información, la sobreinformación se presta fácilmente a la desinformación y dentro de esto último, a las noticias falsas que se han popularizado en ambas formas (deliberadas y por error) bajo su denominación en inglés: fake news.
¿Por qué se cree tan fácilmente en las fake news? La información que conocemos desde los estudios de la psicología del rumor y la propaganda, una información de una fuente no tradicional, pero con un alto grado de emocionalidad recibe más atención y credibilidad que la de mayor contenido racional.
Esto tiene una lógica y un correlato neurocognitivo ya que la información que lleva una carga emocional importante, poco importa si la misma es factible siquiera ni verificada, va a tener muchas más chances de despertar la atención y ser aceptada con menores filtros selectivos (filtros cognitivos) y a la vez más fácilmente recordada.
La sobreinformación en la era digital ha dado lugar a un aumento en las noticias falsas o “fake news”, un fenómeno que no es nuevo pero que ha adquirido una dimensión diferente debido a la velocidad con la que se propagan en las redes sociales (Freepik)
Cuando recibimos una información que moviliza también emociones, hay diversas partes del sistema nervioso que se activan y eso lo sabemos en la experiencia diaria o en el estudio, que cuando algo lo hemos practicado, o vivido, y aún más si lo mismo lleva una carga emocional, placentera o displacentera, lo recordaremos más fácilmente, así sea como memoria ligada a eventos microtraumáticos. Estos se pueden asociar rápidamente con conceptos no racionales, miedos básicos o aspectos similares vividos en el pasado, muchos más fácilmente que si la información es preponderantemente aséptica y racional.
En los últimos tiempos estos conceptos de distorsiones, sesgos etc., en apariencia lejanos y teóricos, pueden ser fácilmente aplicados y vistos en la vida diaria en las noticias falsas, las fake news y su uso en tiempos de conmoción por diversas causas.
Así, desde la pandemia de COVID-19, gran parte del problema ha sido la difusión de ideas científicas, que por definición están ligadas a la confrontación y testeo constante de conceptos, con la rigidez de consensos o de creencias dogmáticas que no buscan ser confrontadas o, en otros casos, la referencia al “caso único”. De esta manera, se crean diferentes bandos que, en un área opuesta a su postulado, se muestran intransigentes e irreductibles en sus convicciones.
Esta falta de necesidad de probar adecuada y convincentemente un concepto, o usar fuentes confiables y creíbles, se puede ver especialmente en redes sociales donde una verdad se afirma en sí misma y la prueba puede ser simplemente otro posteo.
The young surprised caucasian businessman on blue background talking on cell phone
Historia de las fake news
Si bien parece que se trata de un concepto reciente, el mismo, así como el uso de noticias falsas, es conocido desde que ha existido la comunicación. Un área de esto, por ejemplo, es la psicología del rumor o el uso de la propaganda en tiempos de guerra, o con fines políticos o económicos en general.
Una interesante presentación del fenómeno de las noticias parcialmente falsas, el rumor, y la desinformación es presentada en la novela de Dino Buzzati, “El Desierto de los Tártaros” (o en otras versiones “Esperando a los bárbaros”) en la cual un ejército invasor de bárbaros está por llegar a un pueblo, y las diferentes reacciones y cambios que ocurren en la población en esa espera que nunca llega. Las noticias contradictorias, los rumores intencionados o no, hacen a la construcción de una realidad que finalmente quedará en suspenso.
Sin embargo, esta desinformación como parte de la cultura ha adquirido una característica totalmente nueva en la época de las tecnologías de información y comunicación (TICs), con el desplazamiento a la búsqueda de información cada vez más en modos no tradicionales, redes sociales y sistemas de intercambio de información múltiples. Esto ha ido acompañado de manera complementaria a la menor trascendencia de medios tradicionales y, en algunos casos, al descrédito de estos.
Es esencial trabajar contra las fake news/desinformación y en favor de la correcta información, para tomar decisiones correctas
Así, imágenes referentes a aquello de lo que se está hablando o un dato inclusive aparentemente estadístico, son en realidad obtenidos de otra fuente que no es relativa a aquello de lo que originalmente se refiere.
Esto lo vemos en la actualidad en el conflicto en Israel donde el uso de las imágenes trasciende a la información. Más cercana a nuestra realidad de estos días, las campañas por uno u otro candidato llevan al uso de la heurística en la que los “atajos mentales” nos aproximan más a lo que queremos creer, o nos resulta familiar, que a lo que nos obligue a verificar la información y posiblemente ir contra nuestra premisa emocional.
A este sistema de familiaridad en los filtros psicológicos se lo ha llamado homofilia en algunos casos referente a la búsqueda de lo semejante a convicciones o creencias propias.
En este contexto, una distorsión cognitiva, el efecto Dunning Kruger, en el cual el exceso de confianza en las propias capacidades de análisis y conocimiento generan el resultado exactamente contrario, o dicho de otra manera, los que más creen saber, son los que menos saben y de allí las elecciones consecuentes.
Esta falta de necesidad de probar adecuada y convincentemente un concepto, o usar fuentes confiables y creíbles, se puede ver en redes sociales donde una verdad se afirma en sí misma y la prueba puede ser otro posteo (Freepik)
Un trabajo reciente, Ilusión de conocimiento: ¿está más extendido que antes el efecto Dunning-Kruger en la sofisticación política? (Illusion of knowledge: is the Dunning-Kruger effect in political sophistication more widespread than before?) compara cómo en cuanto a las elecciones políticas, la toma de decisiones se ha ido formando tomando datos en base a la propia convicción pero progresivamente más y más en base a redes sociales, en detrimento de los medios tradicionales.
La posible razón de esto es que ya no son solo los filtros cognitivos sino los propios aplicables en redes, como por ejemplo a quienes seguimos, que moldean en principio, razonamientos que confirman los propios. Al mismo tiempo, el uso de los factores emocionales y razonamientos de bajo nivel cognitivo permiten la adherencia a ideas simples y efectistas y, por ende, participación de un conjunto (un colectivo) que confirma la propia convicción (efecto Dunning-Kruger).
Esto, evidentemente, es sabido por quienes organizan las campañas de propaganda política y así vemos argumentaciones menos racionales y más emocionales, buscando entrar en la famosa ventana de Overton, un espacio (una ventana) dentro de la cual una idea está ya de alguna manera instalada y por ende, sea fácilmente aceptada.
Es quizás por saber de la existencia de estos fenómenos cognitivos que el trabajo contra las fake news/desinformación y en favor de la correcta información se impone de manera creciente en la medida en que el incremento de las posibilidades tecnológicas no se acompañe también de un incremento en la capacidad de usar adecuadamente toda esa información.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista